Apuntes de Arte e Historia

Lugares, Objetos y Contextos. Imágenes Propias y Apropiadas

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AVISO, CHE, QUE ES WORK INPROGRESS

«No es lo que hago, es lo que soy»

Treinta y tres tenía Cristo cuando lo clavaron en la cruz. Son los que tengo yo: los mismos que tenía Zaratrustra cuando se decidió a bajar de la montaña para predicar. Pues sí. Y bueno, claro, todos tenemos una historia… ¿Pero a quien le importa?

... ¿y si no te importa, para qué lo lees?

Helas, (en francés) por mucho que uno insista en olvidarlo todo aun queda algun enlace neuronal averiado empezinado en recordar algunos detalles.

Infancia

Aun recuerdo que nací en 1976… eso parece. El sitio se llamaba Valencia, Cap i Casal. Eran 120 metros cuadrados de habitaciones y un baul de mimbre frente a mi cama. De dentro, a menudo venía algun visitante nocturno. Solo estuvieron unos años. Eran ni más ni menos que los protagonistas de mis dibujos animados favoritos. Y es que la tele siempre me proporcionó los mejores y los peores momentos.

Mis primeros recuerdos son siendo yo un bebe, en brazos de mis padres en la cola de la oficina del Banco de Valencia. También estaba mi abuela. Aquel día abrieron mi primera cuenta bancaria. Nunca me atrevería a contarselo a mi terapeuta.

Entonces aprendía a caminar, a hablar… esas cosas que aun hago todos los días. La mayoría las aprendí mal. Porque a mí lo que me gustaba no era el futbol, no. Y que me gustaba hacer? El tente, el tente, el tente… ese juegecito entrañable de construcción. mi especialidad eran las naves espaciales y las ciudades. Y luego, jugar con la arcilla en el taller de mi padre. Bustos, serpientes, torsos y cosas así eran las que moldeaba. Y cuando ya no hubo arcilla empeze a jugar con el metal, haciendo muebles, esculturitas y cosas así. Entonces ya tenía nueve años, y aun no habia logrado centrarme en mi carrera.

Luego estaba mi madre. Entre los ensayos y actuaciones en el teatro, la productora audovisual que fundó y dirigió desde 1980, y las clases que impartía en la Universidad Politécnica, encontraba tiempo para tener dos hijos. Gracias a lo apretado de la agenda, y siempre que tenía ensayos, mi hermana y yo disfrutábamos de la sesión continua en el cine. Desde entonces yo, marxista convencido -se entiende que soy fan de Harpo- .

Ya lo ven. Mi círculo entonces era, evidente, la escuela, el barrio, y también el cine! como ven no sólo la televisión movía mis meninges. Pero había cuatro sitios que eran mis favoritos en todo ese planeta, que es la infancia:

Uno, el taller de escultura de mi padre.  Estaba en Benimaclet, unas casitas preciosas que ya no están. Miraba en silencio durante horas a mi padre modelar, fijándome en cada gesto, en cada expresión que imprimía en la arcilla. Obtuve así conciencia de la materia, de la condición maleable del mundo, y del poder de la forma. Recuerdo inténsamente mis diminutas manos intendo captar los rasgos de la belleza del cuerpo.

Dos, la antigua facultad de Bellas Artes, donde mi padre me dejaba a buen recaudo en una clase u otra. Y lo cierto es que aprendi un montón de cosas. Ente el taller de modelado y el bello claustro renacentista me sentía en un estado de excitación interior total. Diria que de gozo estético.

Tres, la productora de mi madre. Azahara se llamaba, y era una de las pocas que existían entonces en Valencia. Alli pasaba las horas colándome en cualquier rincón, y preguntando todo a todo el mundo. Que qué es este aparatito, que como funciona, etc. Las grabaciones no eran momentos que disfrutase tanto, pues están llenos de automatismos y tediosas esperas. Pero yo me dedicaba a observar y aprender todo cuanto podía.Fué entonces cuando contraje esa terrible enfermedad, de la que aun no me he curado, y que me llevó a dedicarme al mundo de la imagen.

Y cuatro, la oscura sala de cine, que era el único templo que conocía, y la única religión.

Preadolescencia

Empezaba una etapa de ensayos y errores. Me empecé a interesar por escribir cuentos y novelas. Pero para entender esto tenemos que hacer un viaje en el tiempo a mis inicios en la escuela primaria, cuando comencé a escribir. Mis primeros intentos con la poesía habían gustado a todo el mundo – entonces si que tenía un buen público – . Y aun conservo aquellos poemas que primero dictaba a mi hermana, y que con seis años ya pude comenzar a escribir con un poco más de itimidad. Pero no habian conseguido su objetivo principal, que no era otro que ser el novio de la Sole. La Sole se resitía al tema sentimental, y sólo le interesaba que le metiese mano, como todas las tardes durante la hora de la siesta. Pero cuando se acabó el parvulario, se acabó la siesta: desde entonces maldecí el sistema educativo, que me privaba de un hábito entrañable, y me empujaba a la bohemia, y en definitiva al mundo de las letras.

Retomo, pues, que, con esto de la adolescencia, vinieron cuentos y novelas. Escribi aquello de «Memorias de un Vampiro con linaje», que estaba un poco en el estilo de Groucho Marx, pero con una trama. Y también perpetré aquello otro de… (¿como se llamaba?), SI, «Espuma de mar». Esta era mi primera obra dramática, que describía las relaciones sociales -diálogos incluidos- de un grupo de mariposas de las Islas Galápagos. Todo esto se inspiraba en un hecho que se repite anualmente en dicha isla, y es que las todas mariposas vuelan juntas el mismo día mar adentro hasta morir ahogadas.

Y poco más recuerdo. Ah, si. Dejé de dibujar, porque me comía la moral otro compañero que lo hacia mejor que yo. Uy, y otra cosa, que empecé con la fotografía. Una de mis actividades preferida era pasearme con la vieja cámara de cine, ocho milímetros a cuerda, que aun conservaban mis padres. Comenzaba a mirar el mundo a través de los ojos de la cámara, empezaba a escribir historias, tomaba fotgrafías… Esas también son cosas que aprendí entonces, y que aun hoy hago a diario.

A los once años, en el 87,  por fin compraron en casa una videocámara doméstica. Era una 8mm Blaupunkt. Entonces, mientras duró, fui feliz.

Primera adolescencia

Me di cuenta que todo aquello se aunaba en una única disciplina, la cinematografía. Desde entonces observé el mundo a través de dos claves fundamentales: poesía y cine.

Seguía, pues, escribiendo. Pero me interesaban ya más la función mágica de la palabra que la narración. En mi siguiente ciclo vital esto cambiaría radicalmente.

Mi forma de entender el cine, cuando aun no había comezado la pubertad, ya era introspectiva. Con esta visión me ocupaba en dos actividades más, complementarias con la escritura. Veía cine, mucho cine. Sesiones de tarde, y furtivas noches en las que disfruté de aquellos fantásticos ciclos en versión original que antes coronaban la rejilla de la programación de la dos. Pero en definitiva, y en la práctica, analizaba todo cuanto veia:duraciones, posiciones de cámara, planificación del rodaje, escenografía – por supuesto la narración – . Creo que con lo que más aprendí entonces fue a ver fallos y  defectos: Por dentro me repetía, «yo esto lo habría contado así». Los actores para mi no eran lo más importante.

Pero esto del cine era una obsesión. Primero, porque desarrollé una especie de inmunidad frente a tanto estímulo visual. Con mi visión infantil las imágenes que desfilaban por la pantalla para mi eran más bien una cuestión técnica, un tema de expresión: Poco me importaba el trasfondo de lo que veía, y se trataba más bien de un hábito practicado por el puro goce estético. Fué entonces cuando detecté que en los momentos en los que entraba dentro de un cuadro, o me sumergía en alguna secuencia de imágenes más poética de lo que acostumbraba ver, en tales ocasiones un ligero hormigueo recorría las yemas de mis dedos. Acompañaba y potenciaba la sensación acariciándome con el pulgar. Por la contemplación del arte alcanzaba estados de introspección precedidos por esta sensación táctil. Pero no creo que sea nada extraordinario, pues a lo largo de mi vida conocí a muchas personas que experimentaban sensaciones similares. Pero esto es algo que tampoco se me ocurriría contárselo a un psicólogo.

En segundo lugar este habito de analizar de continuo el lenguaje cinematográfico lo extendí a la realidad: Veía como la realidad se regía por leyes similares. Más adelante ya hablaré de esto, pero baste por ahora con decir que todos los días me asaltaban preguntas relacionadas con la psicología de la percepción, y que, poco a poco, a base de observación e introspección les fui dando respuesta.

Si alguien se acuerda de mí entonces, solia caminar, mucho, acompañado siempre de un libro. Cada día uno nuevo. Leía en clase, mientras fingía participar en la clase. Y es que entre Nietzsche, Shelley o un profesor de secundaria es dificil elegir mal. Y seguía leyendo en las pausas. Y seguía leyendo mientras se suponía que estudiaba. Y seguía leyendo mientras se suponía que dormía. De continuo saltaba del libro al cuaderno, siempre llevaba uno encima. Todo me inspiraba, y todo iva en dirección a la pantalla. Las figuras que yo plasmaba negro sobre blanco tenían una gran carga visual. Solía escribir entre cinco y quince poemas al día. Mi sueño era poder expresar esto mismo en imágenes.

Entonces escribí mis primeros guiones literarios. Recuerdo aun uno que escribimos a cuatro manos mi buen amigo Martín Crespo Martín y yo. A este amigo le debo tantas cosas… Aquella historia se llamaba «El azul del cielo», una especie de alegato contra la pena de muerte. Eran las reflexiones de un condenado en sus últimas horas.

Hice un viaje que marcó el comienzo de una nueva etapa. Con catorce años acompañé a mi hermana Olga, que trabajaba en la compañía de danza de Michelle Anne De Mey, en una gira por Austria. Visité Bélgica, Alemania y Austria. Pero lo más interesante de aquel verano fueron las semanas de ensayos previas en Bruselas. Sentado en una silla durante horas, y goras, y días, observaba cómo la coreografía era construida. Seguía atentotodo el proceso creativo. Y poco a poco empezaba a empaparme del murmullo del francés, que años más tardfe adopté como si fuese mi lengua materna, por un tiempo. En el viaje me entendía con el poco inglés y el español. Lo fundamental para mi en ese primer encuentro con la danza fué que redescubrí el cuerpo. Aquellas nociones que años antes aprendí en el taller de escultura de mi padre, ahora tenían una continuidad en lo que estaba viendo. Más aun; empecé a intuir que el cuerpo era la vara de medida del lenguaje audiovisual, más concretamente de su articulación (no sólo en los sitsemas de proporciones, también en el racord. Y de hecho el fondo negro del escenario, o del plató, le bastan al actor para transportarnos a cualquier lugar con su expresión.)

Segunda  adolescencia

Tenía una lista mental de temas que iva controlando: era mi propio diseño curricular. Retomé entonces la fotografía. Y empezó a interesarme el trabajo de actor. Estuve tres años en el grupo de teatro de Moncada. Creo que fué muy divertido, fueron momentos muy felices los que pasé en el escenario. Hicimos algunas actuaciones.

Quería entonces exponer mis fotografías en cierto bar, y llegué a publicar algun retrato ya entonces. Pero sobre todo aprendí lo necesario para poder ganar algun dinero fotografiando años después en Bruselas.

En la famosa lista también se encontraban cientos de libros que no me daba tiempo a leer: quería abarcarlo todo, y todo lo pensaba en clave de poesia o cine. En esta época enguyo docenas de libros de teoría cinematográfica. Hay una noción que vertebrará todas mis «investigaciones»; busco  entender la cualidad orgánica de la obra, de la que habló Einsentein: busco un cuerpo teórico que permita producir un cine con un código interno que trascienda el hecho comunicativo y estético. Esto es pura alquimia, buscar casi un arte que tuviese vida propia.

Me interesaba entonces, como no, el malditismo. Pero mucho más la mistica trascendente, desde Llull, San Juan o Santa Teresa, pasando por los maestros sufis. Y claro, oriente  resplandecia como un faro; estaba limpio de la leyenda negra que tiene la iglesia católica. Por lo tanto el Zen y el taoismo también inspiraron mi estética. Con la mística empecé a reflexionar sobre los misterios de la luz. Y descubrí que la magia de la fotografía consiste en internalizar en la propia sensibilidad, incorporar a como soy, los códigos de la física lumínica, a tal punto que seamos capaces de ordenar el espacio en un equilibro de fuerzas tal que desencadene la reacción transcendente en el espectador: Una vibración ininterrumpida entre el primer creador y el espectador, el segundo. O entre el amigo y el amado, que diría Llull.

Tercera  adolescencia

Acabada la enseñanza secundaria quería abandonar España para estudiar. (CONTINUARÁ)

Written by Ramón de Soto Gutiérrez

25 febrero 2009 a 9:52 pm

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